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La decadencia de la idea de progreso: Georges Canguilhem


«Si existe algo más conmovedor que un su proyecto, ofrecido en el Plan de dos dis- cuerpo agonizante por falta de pan es un alma que muere por hambre de ilustración. En conjunto, el progreso se encamina hacia su culminación. Cualquier día quedaremos pasmados... Nos equivocaríamos si dudáramos de esa bendita solución... Nosotros, los que tenemos fe, ¿qué podemos temer? Existen tantos reflujos de ideas como reflujos fluviales... ¡y uno puede esperar cualquier cosa de este misterioso poder del progreso que, un buen día, hace confrontar Oriente y Occidente en el fondo de un sarcófago y hace dialogar a los imanes con Bonaparte en el interior de la gran pirámide!». 


Victor Hugo, en 1862, puso al servicio de una idea laica un vocabulario religioso. En lo que los filósofos del siglo XVIII consideraban una ley de la historia de la humanidad, él leyó una profecía. ¿Podemos decir que se trata de un cambio de sentido y de energía? De hecho, cuando se le reconoce a Turgot la primacía de haber presentado, en 1750, en forma de Cuadro filosófico, los progresos del espíritu humano –ya célebres en Pascal, Bacon, Fontenelle–, se ignora o se olvida que Turgot dio este Discurso en calidad de maestro elegido por la Sorbona y que con cursos sobre la historia universal, pretendía reescribir el Discurso de Bossuet. «El ninguna regresión total (nicht mehr gänzlich rückgängig)2. Y si no se juzga la congénero humano, considerado desde su origen, aparece a los ojos del filósofo como un todo inmenso que tiene él mismo, como cada individuo, su infancia y sus progresos siempre avanza, aunque a pasos lentos, hacia la perfección más extraordinaria».

Fundamentar el progreso en la perfectibilidad indefinida del género humano, ¿no es también profetizar? Incluso Kant así lo admite. En la segunda sección del Conflicto de las Facultades (1798), ante la cuestión «¿El género humano está en constante progreso hacia lo mejor?», esboza en el párrafo VII, una «Historia profética de la humanidad». Pero esta profecía se fortalece con una experiencia reciente de carácter colectivo: el surgimiento del «interés universal» en los ideales progresivos de la Revolución Francesa. En esto se manifiesta (öffentlichverrät) una disposición moral, causa permanente de progreso, que ya no conocerá ninguna regresión total (nicht mehr gänzlich rückgängig)2. Y si no se juzga la confrontación Hugo-Kant como totalmente caprichosa, ¿por qué no prolongarla destacando que la irreversibilidad del progreso histórico está relacionada por Hugo con la irreversibilidad del curso de un río al que Kant había apelado en la segunda analogía de la «Analítica trascendental», para dar a entender lo que denominaba la sucesión objetiva de los fenómenos, es decir, el orden irreversible de la causalidad?

Sin embargo, para la definición del transcurso y del sentido de la historia de los hombres, no es correcto considerar el progreso como análogo a la idea de causalidad en una ciencia de la naturaleza. El progreso, según Kant, no ha sido destinado para desempeñar la función de categoría. Es una Idea apta para ordenar una diversidad empírica: su función es la de «hilo conductor» (Leitfaden). En la disertación Idea de una historia universal desde el punto de vista cosmopolita (1784), la idea es la de que existe un propósito de la naturaleza, manifestado por la persistencia de un «germen de luces» a lo largo de las turbulencias de la historia. Ese hilo conductor es un a priori cuya independencia con respecto a los acontecimientos pasados y presentes aparece mucho más marcado cuando, en un escrito del mismo año, Respuesta a la pregunta: ¿Qué es la Ilustración?, llama razón y libertad a los brotes ya desarrollados de la naturaleza humana3.

¿Sería, pues, la falta de reflexión crítica la que se hubiera tomado como motor de la historia cuando no es sino su hilo conductor? Los filósofos franceses del siglo XVIII, fundadores de la teoría del progreso, lo han constituido como resultado de toda clase de progresos efectivos4 y como anticipación prospectiva de todos los avances posibles.

Ahora bien, entre los progresos posibles, Condorcet, en las últimas páginas de su Bosquejo de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, menciona uno particularmente importante, por ser la condición de posibilidad de perpetuación indefinida del resto: es el incremento de la duración media de la vida humana y, por lo tanto, su desarrollo, asegurado por la herencia, por las capacidades físicas, intelectuales y morales. Debemos admitir que esta duración media de la vida podría acrecentarse incesantemente, «si las revoluciones físicas no se opusieran a ello». El Bosquejo de Condorcet fue publicado en el Año III (1795). Así pues, no es inverosímil que Kant hubiese podido conocerlo, antes de escribir también él en 1798, en El conflicto de las Facultades, que la irreversibilidad del progreso –basada en la memoria colectiva de acontecimientos reveladores para la humanidad de su capacidad de progreso–, no está sometida más que a una condición restrictiva, a saber, que una revolución natural no aniquile el género humano y no haga «salir a escena a otras criaturas».

TEXTO COMPLETO

ALGUNAS OBRAS DE Georges Canguilhem


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