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¿Ficción o realidad? El valor sociológico de Relato de un náufrago de Gabriel García Márquez


Por: Ascensión Rivas Hernández
Red de Revistas Científicas de América Latina, el Caribe, España y Portugal 

EL “PRÓLOGO” DE 1970 O “LA HISTORIA DE  ESTA HISTORIA” 

Gabriel García Márquez escribió Relato de un náufrago en 1955 para ser publicado de forma seriada en el diario El Espectador de Bogotá. El texto, que entonces se tituló “La verdad sobre mi aventura”1, había surgido de una historia realmente acontecida. El 28 de febrero de ese año habían desaparecido ocho marineros del destructor Caldas después de haber caído al agua durante una tormenta en el Caribe. El buque alcanzó tierra en Cartagena y al poco tiempo se suspendió la búsqueda de los infortunados, a los que se dio por muertos. Pero diez días más tarde, cuando nadie lo esperaba, apareció uno de los náufragos en una playa colombiana. El Relato es el resultado de lo que el superviviente, Luis Alejandro Velasco, le contó al reportero García Márquez sobre su aventura en el mar. El texto cuenta con dos versiones. 


La primera es la de 1955, y reproduce el reportaje periodístico elaborado por García Márquez tras escuchar al superviviente; la segunda, que data de febrero de 1970, incorpora un Prólogo en el que el creador colombiano aclara algunas circunstancias sobre el texto principal. Está escrito por un narrador homodiegético y firmado con las iniciales G. G. M., que corresponden al nombre del autor. Se trata de una explicación sobre la naturaleza del relato del náufrago, aunque también se habla allí de la génesis del texto y se ofrece un nuevo punto de vista sobre el personaje y sobre la historia que amplía la visión de ambos y pone de relieve el carácter literario o ficcional de la obra. De hecho, la interpretación es diferente según el lector se haga o no eco del Prólogo. En ello reside su valor y su interés. 

En relación con el origen del relato, García Márquez señala lo siguiente:
Mi primera sorpresa fue que aquel muchacho de veinte años, macizo, con más cara de trompetista que de héroe de la patria, tenía un instinto excepcional del arte de narrar, una capacidad de síntesis y una memoria asombrosas, y bastante dignidad silvestre como para sonreírse de su propio heroísmo. En veinte sesiones de seis horas diarias, durante las cuales yo to- maba notas y soltaba preguntas tramposas para detectar sus contradicciones, logramos reconstruir el relato completo y verídico de sus diez días en el mar. Era tan minucioso y apasionante, que mi único problema literario sería conseguir que el lector lo creyera. No fue sólo por eso, sino también porque nos pareció justo, que acordamos escribirlo en primera persona y firmado por él. Esta es, en realidad, la primera vez que mi nombre aparece vinculado a este texto (García Márquez, 1984 [1970: 11).

El interés de este texto es múltiple. En primer lugar, reproduce una breve descripción física del protagonista, que no aparece en el relato del náufrago en primera persona porque iría contra la verosimilitud; además, se valora extraordinariamente el instinto narrativo de Velasco, su capacidad de síntesis y su excepcional memoria, todo lo cual redunda, de nuevo, en la verosimilitud; también se destaca su sentido irónico de los hechos, que le permite reírse de su propio heroísmo. Pero no se alude, sin embargo, a un rasgo que caracteriza al personaje tal como se le representa en el interior de la obra, es decir, a su bondad natural. Contrariamente, y esto es lo significativo por oposición, se destaca su capacidad para hacer dinero con el suceso. 

Para terminar, se cuenta el origen del texto y, lo más relevante, García Márquez proclama su autoría. La intención del colombiano es “reconstruir el relato compacto y verídico de sus diez días en el mar”, es decir, quiere reproducir los hechos con veracidad, como le interesa al periodismo. Pero lo más destacable, al ver lo minuciosa y apasionante que era la narración de Luis Alejandro Velasco, es que el problema del autor era “conseguir que el lector lo creyera”. Desde el principio, pues, y dada la naturaleza del relato, surgen dudas sobre la credibilidad. Sin embargo, lo cierto es que la obra resulta perfectamente verosímil, y que el lector no sólo se la cree, sino que, además, se figura al náufrago escribiéndola. Esto se logra con un estilo aparentemente sencillo que se ajusta a la personalidad y a la formación de un marino de veinte años, y al uso de la homodiégesis. 

En el Prólogo de 1970 Gabriel García Márquez afirma que la novela apareció narrada en primera persona y firmada por el protagonista por dos razones fundamentales: para contribuir a su credibilidad –extremo que, en efecto, se corrobora– y porque a los que intervinieron en su organización y redacción –periodista y protagonista de los hechos– les pareció justo. Sin embargo, hay una tercera razón que no se expresa pero que se evidencia después de que el tiempo ha situado a cada uno en el lugar que le corresponde. En 1955 Gabriel García Márquez no era el autor de culto que llegó a ser después, sino un reportero que escribía para un periódico. Lo verdaderamente revelador es el hecho de que en aquel momento García Márquez no era un hombre prestigioso y sí lo era el náufrago protagonista. Un relato así presentado sólo es posible cuando el autor real es un desconocido para el público, porque si no lo fuera, nadie tendría interés en que permaneciera en el anonimato, y menos aún la editorial. 

En su primera edición como texto para el periódico valía más la obra firmada por su protagonista, pero ya en 1970 era más apreciada con la firma de G. G. M., lo que pone de relieve ese valor sociológico de la literatura que depende de las circunstancias y del tiempo en que aparece. Así lo corrobora el escritor colombiano al final del Prólogo cuando afirma lo siguiente:

Yo no había vuelto a leer este relato desde hace quince años. Me parece bas- tante digno para ser publicado, pero no acabo de comprender la utilidad de su publicación. Si ahora se imprime en forma de libro es porque dije sí sin pensarlo muy bien, y no soy hombre con dos palabras. Me deprime la idea de que a los editores no les interese tanto el mérito del texto como el nombre con que está firmado, que muy a mi pesar es el mismo de un escritor de moda. Por fortuna, hay libros que no son de quien los escribe sino de quien los sufre, y éste es uno de ellos.

Como señala García Márquez, pues, si el relato sale a la luz en 1970 en forma de libro, es por puro interés editorial, debido al Boom de la literatura hispanoamericana y, sobre todo, al éxito alcanzado por la publicación de Cien años de soledad en 1967. Al final, no obstante, se proclama autor del libro, pero declara, así mismo, que éste no es suyo sino de quien lo sufrió. El problema que se plantea entonces es el de repartir los méritos con justicia, pero esto resulta imposible. Inicialmente el texto se publicó de forma consecutiva a lo largo de catorce días, y su éxito fue absoluto. El lector del periódico, como sucediera en la época de los folletines, se sintió fascinado desde el principio por la narración del náufrago:

[…] la circulación del periódico estaba casi doblada, y había frente al edificio como una rebatiña de lectores que compraban los números atrasados para conservar la colección completa.

Desde el origen mismo, pues, el relato cumplió las expectativas de su autor. Los problemas llegaron después cuando, por casualidad, el reportero descubre que tras la ingenua narración del marinero Velasco se esconde un caso de corrupción que salpica la dictadura militar del general Gustavo Rojas Pinilla. Y éste es otro de los grandes méritos del relato, vinculado, una vez más, al valor sociológico de la literatura. La censura estaba instalada en la prensa y los reporteros tenían que lidiar a diario con las imposiciones del régimen, peleando por escamotear a sus lectores noticias de carácter político que hicieran recelar sobre la dictadura. 
De hecho, Luis Alejandro Velasco había sido retenido en un hospital hasta su recuperación tras el naufragio, y ningún reportero independiente había podido hablar con él, temeroso el régimen de que contase lo que no se podía saber sobre la verdad de los hechos. Pero con el paso del tiempo, el náufrago mudó a un segundo plano social, y la versión oficial de la historia parecía no dar más de sí. Esta pasaba por afirmar que el siniestro se había producido por causa de una tempestad, y no, como en realidad había sucedido, porque un golpe de viento había desplazado la carga que, de forma fraudulenta, se transportaba en el barco. Ahí es donde García Márquez consigue su triunfo, ya que al preguntar directamente por la tormenta, el náufrago le responde que la caída de los marineros al mar fue debida, en realidad, a que los electrodomésticos que estaban sobre la cubierta se desplazaron y esto hizo zozobrar el barco. Como señala Díez Huélamo (1986: 18) a este respecto, “Esta declaración era explosiva, porque un destructor de la Armada no podía transportar carga comercial alguna y, mucho menos, de contrabando, como era el caso”. 

Desde el aparato del poder se negó tajantemente la nueva versión que se iba publicando en El Espectador, pero con la ayuda de los marineros, los reporteros consiguieron las fotografías del viaje, que evidenciaban la verdad de lo sucedido. Este es el motivo de que el relato que el reportero García Márquez fue dando a la luz en el diario de Bogotá hiciera tambalear el régimen dictatorial. Pero además, y a consecuencia de ello, el periódico fue clausurado, el héroe fue devuelto al anonimato y el periodista autor del texto, Gabriel García Márquez, fue enviado a Europa como corresponsal durante un año5, según señala en el Prólogo:

Lo que no sabíamos ni el náufrago ni yo cuando tratábamos de reconstruir minuto a minuto su aventura, era que aquel rastreo agotador habría de conducirnos a una nueva aventura que causó un cierto revuelo en el país, que a él le costó su gloria y su carrera y que a mí pudo costarme el pellejo. La estimación de la literatura es aquí extraordinaria, y a la luz de lo que sucedió después no resulta baladí plantear el problema de las relaciones entre realidad y ficción, porque se trató de un hecho real que, contado de forma literaria, tuvo consecuencias reales para todos los protagonistas. 

En este sentido, además, el Prólogo es interesante porque da noticia de lo que fue del personaje pasados los años. En el momento de la escritura, el entonces náufrago y héroe es un hombre anónimo, olvidado por todos tras el silencio al que lo arrojó la dictadura, como dice el autor al final de la introducción:

Nadie volvió a saber nada del náufrago solitario, hasta hace unos pocos meses en que un periodista extraviado lo encontró detrás de un escritorio en una empresa de autobuses. He visto esa foto: ha aumentado de peso y de edad, y se nota que la vida le ha pasado por dentro, pero le ha dejado el aura serena del héroe que tuvo el valor de dinamitar su propia estatua.

El cuerpo central de la obra está constituido por lo que ya se publicó en 1955 en catorce capítulos, pero el prólogo de 1970 introduce nuevas claves de lectura sobre la obra y, sobre todo, muestra los entresijos de la escritura del Relato. 




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