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Guerrilla, negociación y paz. Adrián Restrepo Parra

Guerrilla, negociación y paz

Por: Adrián Restrepo Parra. Profesor del Instituto de Estudios Políticos UdeA

El modelo que se impuso para terminar la guerra en Colombia fue la negociación política, y no el modelo de sometimiento a la justicia. El sometimiento a la justicia implicaría mandar a la cárcel a los guerrilleros y negarles derechos políticos, tal como ocurre tradicionalmente con la delincuencia común y corriente o  con un grupo armado derrotado. El camino de la negociación, en cambio,  se sintetiza en el reconocimiento recíproco de los enemigos, en el consentimiento y acompañamiento que reciben de la comunidad internacional y en el alcance de acuerdos parciales o finales al término de un proceso habitualmente reglado o pactado a instancias de las mismas partes.



La ONU, su Consejo de seguridad, la Unión Europea, los países garantes y acompañantes del proceso de negociación de paz, Estados Unidos, las FARC y el Estado colombiano, han respaldado con su actuación ese modelo de negociación, y actúan sobre la base de una diferenciación entre bandidos y revolucionarios. A los primeros se les somete a la justicia, mientras que con los segundo se intenta un arreglo e inclusive una incorporación política y social. Por eso se negocia con ellos. La negociación parte por reconocer la naturaleza del enemigo. En Colombia esta negociación aceptó que la contra parte es una guerrilla, o sea un disidente político, un insurgente. Es lo que permite concebir actividades conexas con el objeto principal de su alzamiento, como son en general aquellas realizadas para la financiación de la guerra y con respeto de las reglas mínimas de la guerra.  

Este punto de partida del modelo de negociación, es decir que se negocia con una guerrilla, supone aceptar que inicialmente son remotas las posibilidades de que los subversivos vayan a la cárcel o de que acepten una inhabilidad política plena. Precisamente la inhabilidad “de hecho” ha sido uno de los factores alegados para el surgimiento y la justificación del uso de la violencia por parte de la guerrilla. Esas son las líneas rojas de los revolucionarios, así como el gobierno tiene las propias.

La ONU, el Consejo de seguridad de este organismo, la Unión Europea y Estado Unidos, entre otros, quienes han jugado un papel importante en la lucha mundial contra el comunismo armado, han avalado los acuerdos de paz hasta aceptar inclusive su papel de verificadores en el proceso de implementación de los acuerdos. Tal compromiso es prueba de garantía de la seriedad de los alcances de lo acordado y de los términos políticos en los cuales se realizó la negociación.

El reconocimiento de la naturaleza política de la guerrilla también ha sido validado por cuatro años de negociaciones entre el Estado colombiano y la subversión en el escenario internacional con la presencia permanente de los medios de comunicación de muchas partes del mundo, incluido los colombianos. Y es por eso, por la naturaleza política de la guerrilla y por el modelo de negociación asumido, que el Acuerdo final plantea la desaparición militar de las FARC, el fin de esa guerra, por su participación en política y por su compromiso con la verdad ante las víctimas, so pena de –entonces sí- ir a la cárcel.

Una ruta distinta al actual Acuerdo final de paz conduciría a tratar a las FARC como criminales comunes, enviarlos a la cárcel y dejarlos sin derechos políticos. En ese escenario, difícilmente podemos esperar a una guerrilla renunciando voluntaria y pacíficamente a su naturaleza política –identidad- y, por esa vía, a un Acuerdo que hoy le concede estatus político a nivel nacional e internacional.

Quizás el desconocimiento o el rechazo del modelo, con el cual finalmente se negoció con la guerrilla durante cuatro años y que condujo al Acuerdo final, sean parte de los motivos para que se levanten voces que advierten que tal acuerdo es un engaño, o como circula en redes: “Titanic, pero con la diferencia de que los pasajeros van aplaudiendo” o “vamos hacia la hecatombe del Castrochavismo”. Estos llamados no dejan de generar preocupaciones, como estas:

¿Por qué Estados Unidos, que ha acompañado la negociación y avala los acuerdos de paz, estaría respaldando al mismo tiempo el proyecto Castrochavista de las FARC en Colombia?

¿Tienen las FARC la capacidad de engañar simultáneamente a Estados Unidos, a la ONU y a la Comunidad Europea quienes han combatido el comunismo soviético, el de Corea del Norte, el socialismo cubano y también al régimen de Maduro en Venezuela?

¿Por qué Estados Unidos, que ha liderado la guerra contra las drogas y que ha tenido injerencia en nuestra guerra con el Plan Colombia, avalaría un Acuerdo de paz con “el cartel de narcos más grande del mundo”? ¿Estará Estados Unidos infiltrado y manipulado por las FARC?


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