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"El hombre sin contenido". Giorgio Agamben

CAPÍTULO PRIMERO
Lo más inquietante En la tercera disertación de La genealogía de la moral,  Nietzsche somete a una crítica radical la definición kantiana  de lo bello como placer desinteresado:

Kant — escribe— pensaba que hacía un honor al arte  dando la preferencia y colocando en el primer plano, entre los predicados de lo bello, a los predicados que constituyen la honra del conocimiento: impersonalidad y validez universal. No es éste el sitio adecuado para discutir si, en lo principal, no era esto un error; lo único que quiero subrayar es que Kant, al igual que todos los filó­sofos, en lugar de enfocar el problema estético desde las experiencias del artista (del creador), reflexionó sobre el arte y lo bello a partir únicamente del «espectador» y, al hacerlo, introdujo sin darse cuenta al «espectador» mismo en el concepto «bello». 


¡Pero si al menos ese «espectador» les hubiera sido bien conocido a los filósofos de lo bello! Quiero decir, ¡conocido como un gran hecho y una gran experiencia personales, como una plenitud de singularísimas y poderosas vivencias, apetencias, sorpresas, embriagueces en el terreno de lo bello! Pero me temo que ocurrió siempre lo contrario: y así, ya desde el mis­mo comienzo, nos dan definiciones en las que, como ocurre en aquella famosa que Kant da de lo bello, la ausencia de una más delicada experiencia propia se presenta con la gorda figura de un gusano de error básico. «Es bello», dice Kant, «lo que agrada desinteresadamente.»

¡Desinteresadamente! Compárese con esta definición aquella otra expresada por un verdadero «espectador» y artista, Stendhal, que llama en una ocasión a lo bello unepromesse de bonheur. Aquí queda en todo caso repudiado y eliminado justo aquello que Kant destaca con exclusividad en el estado estético: le désintéressement. ¿Quién tiene razón, Kant o Stendhal? Aunque es cierto que nuestros estéticos no se cansan de poner en la balanza, en favor de Kant, el hecho de que, bajo el encanto de la belleza, es posible contemplar «desinteresadamente» 

incluso estatuas femeninas desnudas, se nos permitirá que nos riamos un poco a costa suya: las experiencias de los artistas son, con respecto a este escabroso punto «más interesantes», y Pigmalión, en todo caso, no fue necesariamente un «hombre antiestético».1

TEXTO COMPLETO EN SU ENLACE DE ORIGEN AQUÍ 

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