Pocas veces se habrán visto reunidos, en un libro de antropologia, un cúmulo tal de situaciones divertidas, referidas con inimitable humor y gracia, y una competencia etnográfica tan afinada, como las que Nigel Barley ofrece en esta minuta de su trabajo de campo entre los dowayos, realizado en 1978.
No suelen las monografías etnográficas ser libros especialmente divertidos, ni mucho menos descuellan por su humor, a pesar de la gran cantidad de equívocos y situaciones ridiculas en que necesariamente incurre cualquier individuo que intenta apropiarse de convenciones que le son totalmente extrañas, como es el caso de cualquier etnógrafo en el seno de su correspondiente población exótica.
Serio e imbuido de su cuasisacerdotal responsabilidad teórica, el etnógrafo con frecuencia no llega a captar el humor de sus exóticos anfitriones (que con toda razón suelen hacerlo objeto de burla, por su impericia práctica y su minusvalía verbal), y muy raramente observa distanciadamente 10 patético de su posición, Más habitual es que proyecte sus frustraciones sobre sus huéspedes, llenando sus diarios personales y los prólogos de sus monografías de quejas y denuestos contra los nativos, en un estilo que hoy ya resulta plenamente familiar desde la publicación de los diarios de Malinowski, y que Lévi-Strauss explicaba recientemente sin pelos en la lengua a Didier Eribon: .¿Sabe? Cuando se han perdido quince dias con un grupo indigena sin conseguir sacar de ellos nada en claro, simplemenre porque no les da la gana, uno llega a derestarlos.
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