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El funeral de un aguafiestas: Ateo, comunista, iberista y crítico del gobierno, la relación del Nobel Saramago con su país nunca fue fácil.

Por: Ricardo Abdahllah

El funeral de Saramago tuvo lugar en Lisboa, el 20 de junio. Tras su cremación, sus cenizas fueron divididas entre Lisboa y Lanzarote.
Ateo, comunista, iberista y crítico del gobierno, la relación del Nobel portugués con su país nunca fue fácil. Y su funeral, sin duda, lo puso en evidencia.

Como el cementerio del Alto de São João corona una colina, una de las siete sobre las que está construida Lisboa, las personas que van saliendo a la calle después de la cremación de José Saramago pueden bajar hacia el Tajo o bajar hacia el centro. Adentro, dos trabajadores se apoyan en sus escobas preguntándose si ya es hora de barrer todos esos claveles. Un reportero de televisión se acomoda la corbata y se ríe antes de la cara de tragedia obligatoria cuando hay que hablar de un funeral.

“No creo que conozca sus libros. La prensa portuguesa siempre fue dada a hablar de Saramago sin haberlo leído”, dice Rita Wengorovis, sentada a unos metros del crematorio. En la ceremonia se encontró con Manuela Magno. Las dos trabajaron en la universidad de Évora, donde el escritor recibió un doctorado honoris causa.


—Pero no vino nadie –dice Manuela–; uno esperaba al menos una delegación del Partido Comunista.

—Saramago fue siempre incómodo y Portugal no perdona a los aguafiestas –dice Rita.

Años antes de que la gente de Portugal se enterara de que Saramago era un escritor, el país lo conoció como un aguafiestas comunista. Había entrado al Partido en 1969, cuando este llevaba más de cuarenta años de ilegalidad y gracias a su activismo pudo, tras la revolución de 1974, ocupar un cargo directivo en el Diario de Noticias. Desde allí, el 11 de marzo del año siguiente, Saramago despidió a 24 periodistas que no estaban de acuerdo con la línea comunista del informativo. El “episodio de los 24” le ganaría una fama de radical que le duraría toda la vida y que marcaría la percepción de su obra literaria.

El comunista

En la segunda mitad de los setenta, los comunistas, que habían jugado un papel fundamental en la Revolución de los Claveles, que en seis horas acabó con la dictadura más larga de Europa, eran populares. Saramago tomó en ocasiones distancia con el Partido, pero los poemas de El año de 1993 estaban en armonía con el espíritu marxista de los tiempos y Levantado del suelo, la segunda novela de su nueva época, que coincidía con la nueva época del país y contaba la odisea de varias generaciones de campesinos desposeídos, y que terminaba con la revolución del 75, fue celebrada por una crítica para la que el contenido político contaba más que el lenguaje.

Saramago ganó el premio del Pen Club portugués y entró a los programas oficiales de literatura; pero un sector de la opinión se encargó de recordar el incidente del Diario de Noticias y de agregar a la etiqueta de comunista una que le haría más daño entre los lectores: que los diálogos sin marcas y la puntuación mínima lo hacían “un autor difícil”.

Dos años después Saramago recibiría de nuevo el premio del Pen, pero con el Partido Comunista en declive, la reacción popular sería menos entusiasta que la de la crítica, que consideraba El año de la muerte de Ricardo Reis como su obra maestra y que alguna vez él consideró “modestamente, su favorita”.

La repartición de las cenizas

La mayoría de las personas que esperan la llegada del féretro son periodistas que pasan el rato hablando del Mundial de Fútbol. Un turista americano apunta con una Samsung de bolsillo. Lleva sombrero y una camiseta del Hard Rock Café-Lisbon. No sabe qué va a fotografiar.

Desde el helicóptero, que filma pero no transmite en directo, se ve a eso de la una de la tarde una caravana de 12 motos de policía, una carroza fúnebre y seis autos negros que giran para entrar a la Praça do Municipio. Cuando los empleados de la funeraria Servilusa sacan el féretro cubierto por la bandera de Portugal, se escucha un aplauso.

—En toda Lisboa no encontraron seis hombres de cultura que tuvieran la decencia de cargarlo ­–dice una mujer que aprieta en sus manos un ejemplar de El viaje del elefante­–. Deberían llevarlo al Monasterio de los Jerónimos.

Los Jerónimos es el convento donde está enterrado Vasco de Gama y donde en 1988 se trasladaron los restos de Pessoa. Cuesta ocho euros visitar su tumba, pero los turistas los pagan porque el poeta se ha convertido en un símbolo de Portugal, al punto que en las tiendas de recuerdos se encuentran camisetas y tazas de café con su figura.

—De Saramago no habrá camisetas –dice el librero Gustavo Branco, también parado en la Praça. Alguna vez le dio por decir que España y Portugal terminarían uniéndose. Como tuvo la mala suerte de decirlo en el exilio, lo que él veía como un sueño ibérico, aquí sonó como un sometimiento de Portugal a España.

Ese iberismo había sido insinuado en las dos novelas que siguieron a Ricardo Reis: La balsa de piedra, en la que la península se separa de Europa de manera que España y Portugal viajan juntos hacia América, e Historia del Cerco de Lisboa, donde al tiempo que contaba la vida en la ciudad repasaba el papel que los cruzados españoles habían tenido en la expulsión de los moros de la capital portuguesa. Y sus lazos con la España mora se habían reforzado aún más un año antes de la publicación de Historia cuando se había casado con la periodista granadina Pilar del Río. Es ella quien ha querido que la mitad de sus cenizas se quede en su natal Azinhaga.

—¿Cree usted que alguien en el mundo habría conocido la existencia de un pueblito insignificante como el nuestro si no fuera por su obra? Somos una tierra de campesinos y mucha gente no lo ha leído, pero a él nunca le pareció que la gente debiera dividirse entre los que leen y los que no –dice Marcia Flor Pombi, que ha venido desde su pueblo natal.

La otra mitad de sus cenizas irá a Lanzarote. La división de las cenizas de Saramago termina por ser otro extraño símbolo de la Iberia unida que soñaba y que le costó tantas antipatías en su propio país. En la mañana del domingo, la de los homenajes oficiales, uno de los momentos más emotivos es el discurso de una española, María Teresa Fernández de la Vega, vicepresidente del gobierno: “No hay palabras –dice–, Saramago se las ha llevado todas”.

En todo caso palabras hay. Voceros de todos los partidos y personalidades culturales pasan frente al micrófono del ayuntamiento. Unas 20.000 personas han pasado a despedir a Saramago desde la tarde anterior. Las coronas, que fueron pocas al principio, se han ido acumulando en el Ayuntamiento. Algunas personas tiraron fotos recortadas de los diarios o páginas de libros.

—Los honores que le rinden hoy son el reconocimiento que hace años Portugal le debía a un héroe tranquilo –dice Juan Cruz, su editor y amigo personal.

La pelea con el presidente

Sin embargo, la idea de que algo se le queda debiendo se siente en el aire ante la ausencia del presidente Aníbal Cavaco. El mandatario, que estaba de vacaciones, ha dicho que no lo conocía en persona y en un comunicado de prensa lo definió como “un escritor de proyección mundial que siempre será una referencia de nuestra cultura”. Para Saramago, Cavaco era “un genio de la banalidad”.

La disputa entre los dos data de 1992 cuando siendo Cavaco Primer Ministro, el gobierno pidió que El evangelio según Jesucristo fuera retirado de la lista de candidatos al Premio Literario Europeo, argumentando “que no representaba el sentir religioso de los portugueses”. El incidente convertiría en pelea pública el conflicto interno que Saramago tenía con el catolicismo. La polémica disparó las ventas del libro en España. Para el escritor se trataba de un caso de censura gubernamental y de una concesión a la Iglesia católica que no estaba dispuesto a aceptar. En 1993 decidió mudarse a Lanzarote, en las Islas Canarias. Pasarían diez años antes de que comprara un apartamento en Lisboa. Ni Portugal ni su capital, que habían sido el escenario de casi todas sus novelas antes de El Evangelio, volvieron a tener un lugar de importancia en sus siguientes libros.

El Premio Nobel de 1998 le valió por fin el respeto de la intelectualidad portuguesa, pero en lo que respecta a la clase política de su país, Saramago nunca dio tregua. En sus columnas de prensa y en su blog, el autor se mantuvo en las posiciones de izquierda, anticapitalistas, pacifistas, pro palestinas. Tampoco dejó de tener simpatía con la Revolución cubana, a pesar de un sonado “rompimiento” con Castro y no apaciguó el tono de sus críticas a la Iglesia católica, a la que volvió a fustigar en Caín, su última novela. Es ahí donde algunos ven la razón por la cual el pueblo no se volcó a las calles a acompañar el cortejo.

—No es que la gente ignore su talento –dice el sacerdote lisboeta Jorge Ferreira–, pero los valores de la Iglesia están muy anclados en el alma de Portugal. Hubo mucho de maniobra publicitaria en las posiciones críticas de Saramago. Y no era necesario.

El pórtico del horno crematorio del Alto de São João tiene calaveras pero no símbolos religiosos. Había unas dos mil personas frente al Ayuntamiento una hora antes, ahora habrá doscientas. “Todas del mundo de la cultura –dice Rita–. Saramago no combatió por ellos sino por el pueblo y nadie vino a agradecérselo”. Ya no queda mucha gente cuando comienza a salir por la chimenea del crematorio el humo de verdad. Bajo un cielo azul impecable, un presentador de la televisión hace cara de tragedia y señalando las flores en el suelo, dice que Portugal llora y que el multitudinario funeral ha terminado.

FUENTE: 
http://www.revistaarcadia.com/libros/articulo/el-funeral-aguafiestas/22875

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