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Las Venas Abiertas de América Latina. Autor: Eduardo Galeano

“... Hemos guardado un silencio bastante parecido a la estupidez ...” (Proclama insurrecional de la Junta Tuitiva en la ciudad de La Paz, 16 de julio de 1809).
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"Tres  años  después  del  descubrimiento,  Cristóbal  Colón  dirigió  en  persona  la  campaña  militar contra  los  indígenas  de  la  Dominicana.  Un  puñado  de  caballeros,  doscientos  infantes  y unos cuantos  perros  especialmente  adiestrados  para  el  ataque  diezmaron  a  los  indios.  Más  de quinientos, enviados de España, fueron vendidos como esclavos en Sevilla y murieron miserablemente.   Pero   algunos   teólogos   protestaron   y  la  esclavización   de   los   indios   fue formalmente prohibida al nacer el siglo XVI. En realidad, no fue prohibida sino bendita: antes de cada entrada militar, los capitanes de conquista debían leer a los indios, ante escribano público, un extenso y retórico Requerimiento que los exhortaba a convertirse a la santa fe católica: «Si no lo hiciereis, o en ello dilación maliciosa pusiereis, certificados que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y manera que yo pudiere, y os sujetaré al yugo y obediencia de la Iglesia y de Su Majestad y tomaré vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos, y como tales los venderé y dispondré de ellos como Su Majestad mandare, y os tomaré vuestros bienes y os haré todos los males y daños que pudiere...» (Daniel Vidart, ideología y realidad de América, Montevideo, 1968). América era el vasto imperio del Diablo, de redención imposible o dudosa, pero la fanática misión contra la herejía de los nativos se confundía con la fiebre que desataba, en las huestes de las conquistas, el brillo de los tesoros del Nuevo Mundo, Bernal Díaz del Castillo, fiel compañero de Hernán Cortés en la conquista de México, escribe que han llegado a América «por servir a Dios y a Su Majestad y también por haber riquezas».


Cuando Cristóbal Colón se lanzó a atravesar los grandes espacios vacíos al oeste de la Ecúmene, había aceptado el desafío de las leyendas.
Tempestades horribles jugarían con sus naves, como si fueran cáscara de nuez, y las arrojarían a las bocas  de los monstruos;  la gran  serpiente  de los mares  tenebrosos,  hambrienta  de carne humana, estaría la acecho. Solo faltaban mil años para que los fuegos purificadores del Juicio Final arrasaran  el mundo,  según  creían  los  hombre  del  siglo  XV,  y el mundo  era  entonces  el  mar Mediterráneo  con sus costas de ambigua proyección  hacia el África y Oriente. Los navegantes portugueses aseguraban que el viento del oeste traería cadáveres extraños y a veces arrastraba leños curiosamente tallados, pero nadie sospechaba que el mundo sería, asombrosamente multiplicado.


VÍDEO 1: 
Del libro "LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA" escrito por el URUGUAYO EDUARDO GALEANO



América no solo carecía de nombre. Los noruegos no sabían que la habían descubierto hacía largo tiempo, y el propio Colón murió, después de sus viajes, todavía convencido de que había llegado al Asia por la espalda. En 1492, cuando la bota española se clavó por primera vez en las arenas de las Bahamas,  el Almirante  creyó  que estas  islas  eran  una avanzada  de Japón.  Colón  llevaba consigo  un ejemplar  de libro de Marco  Polo, cubierto  de anotaciones  en los márgenes  de las páginas. Los habitantes de Cipango decía Marco Polo, «poseen oro en enorme abundancia y las minas donde lo encuentran no se agotan jamás... También hay en esta isla de perlas del más puro gran tamaño y sobrepasan en valor a las perlas blancas». La riqueza de Cipango había llegado a oídos del Gran Khan Kublai, había despertado  en su pecho el deseo de conquistarla:  él había fracasado. De las fulgurantes páginas de Marco Polo se echaban al vuelo islas en el mar de la India con montañas de oro y perlas, y doce clases de especias en cantidades inmensas, además de la pimienta blanca y negra.

VÍDEO 2: 
Del libro "LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA" escrito por el URUGUAYO EDUARDO GALEANO


La pimienta, el jengibre, el clavo de olor, la nuez moscada y la canela eran tan codiciados como la sal  para  conservar  la  carne  en  invierno  sin  que  se  pudriera  y  ni  perdiera  sabor.  Los  Reyes Católicos  de  España  decidieron  financiar  la  aventura  del  acceso  directo  a  las  fuentes,  para liberarse de la onerosa cadena de intermediarios y revendedores que acaparaban el comercio de las especias  y las plantas  tropicales,  las muselinas  y las armas blancas  que provenían  de las misteriosas  regiones  del  oriente.  El  afán  de  metales  preciosos,  medio  pago  para  el  tráfico comercial, impulsó también la travesía de los mares malditos. Europa entera necesitaba plata; ya casi estaban exhaustos los filones de Bohemia, Sajonia y Tiro.

VÍDEO 3: 
Del libro "LAS VENAS ABIERTAS DE AMÉRICA LATINA" escrito por el URUGUAYO EDUARDO GALEANO



España vivía el tiempo de la reconquista. 1492 fue el año del descubrimiento de América, el nuevo mundo nacido de aquella equivocación de consecuencias  grandiosas. Fue también el año de la recuperación de Granada, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla, que habían superado con su matrimonio el desgarramiento de sus dominios, abatieron a comienzos de 1492 el último reducto de la religión musulmana en el suelo español. Había costado casi ocho siglos recobrar lo que se había perdido en siete años, y la guerra de reconquista había agotado el tesoro real. Pero esta era una guerra santa, la guerra cristiana contra el Islam, y no es casual, además, que en ese mismo año, 1492, ciento cincuenta mil judíos declarados fueron expulsados del país.



España adquiría realidad como nación alzando espadas cuyas empuñaduras dibujaban el signo de la cruz. La reina Isabel se hizo madrina de la Santa Inquisición. La hazaña del descubrimiento de América no podría   explicarse sin la tradición militar   de guerra de cruzadas que imperaba en la Castilla medieval, y la Iglesia no se hizo rogar para dar carácter sagrado a las conquistas de las tierras incógnitas del otro lado del mar. El papa Alejandro VI, que era valenciano, convirtió a la reina Isabel en dueña y señora del Nuevo Mundo. La expansión del reino de Castilla ampliaba el reino de Dios sobre la tierra.







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