Autor: Eduardo Álvarez Pedrosian
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En las últimas décadas se han constatado, nuevamente, transformaciones importantes en la práctica de las llamadas ciencias humanas y sociales, teniendo en la etnografía el soporte metodológico fundamental. Como es sabido, dicho conjunto de saberes y conocimientos ha experimentado una crisis permanente en lo que respecta a su estatuto científico, a sus relaciones con la filosofía y la política.
Desde el surgimiento de las mismas en pleno contexto positivista, la figura del Hombre como objeto de estudio fue un motor de problemáticas epistemológicas y ontológicas. A través de diferentes concepciones, corrientes y programas de investigación, las ciencias humanas y sociales han ido orientándose hacia un horizonte conceptual y un conjunto de herramientas que pretendemos analizar. Lo haremos desde el punto de vista de la práctica etnográfica, en tanto es ella la que ha acompañado a este proceso, expandiéndose de manera vertiginosa en los más variados ámbitos y campos de investigación
(micro-sociología, micro-historia, historia de la sensibilidad psicología social, ciencias de la comunicación, de la educación, etcétera).
Lo que comenzó siendo una suerte de protocolo para la recogida de datos en el terreno, concebida posteriormente como la dimensión descriptiva de una tarea analítica correspondiente (etnología), la etnografía ha alcanzado el estatus de una forma de producir conocimiento que va más allá de las fronteras disciplinares, orientándose hacia la exploración de los aspectos definidos como cualitativos y singulares en cualquier campo de actividades y existencia humana: valores, significados, sentidos, y a partir de una dinámica que intenta integrar la justificación y el descubrimiento en un mismo contexto de experiencias, realizando la distinción en otros sentidos: entre la toma de distancia y la inmersión, y tanto en el «el campo» como en la «la mesa».2
Paralelamente a esta deriva del campo epistemológico de las ciencias humanas y sociales, en la filosofía contemporánea se volvía a poner sobre la mesa la problemática de la subjetividad, realizando un desplazamiento de la mirada desde dicha figura del Hombre a la del sujeto, y de éste a la subjetividad.3 Tiempo de subjetividad pues, donde se pone de manifiesto «ese extraño problema que nos constituye»,
y que sin dudas ha abierto «un genuino espacio de intensidad teórica». Al respecto, uno de los planteos ha sido el análisis de la relación individuo – sociedad en la sociología –y desde ella hacia todo el campo de las ciencias humanas y sociales–, constatándose la importancia de retomar perspectivas como las de Elias, preocupado por la visión procesual y dinámica de los términos de la relación, su «flujo continuo», y por sostener una «imagen de un ser humano como una personalidad abierta».5 Igual de relevante resulta ser la crítica a la antropología clásica de Morgan, Frazer o Tylor, y la puesta en evidencia de que el evolucionismo que dio origen a las ciencias humanas y sociales todas, guarda limitaciones dogmáticas muy profundas y nos remontan también a problemas filosóficos específicos y mucho más vastos, que atañen a la concepción de la persona y la cultura heredadas de Aristóteles y Hegel entre otros. El problema del etnocentrismo en la propia mirada científica, adquirió nuevamente relevancia en la segunda mitad del siglo pasado, bajo la forma de la polémica que Winch instaló en gran medida, entre relativismo y universalismo, en cómo concebir un «relativismo de las razones»6,
criterios de racionalidad particulares, lo que para muchos es contradictorio en sus propios términos.
En los territorios de la llamada filosofía práctica, también se ha llevado a cabo un desplazamiento de la mirada, en la senda que busca «descentrar el sujeto normativo del liberalismo y el idealismo. El programa de mayor éxito en este proceso es hoy el que en la estela de Wittgenstein ha asumido el giro lingüístico de la filosofía y aborda el problema… desde su constitución social lingüísticamente mediada. Los enfoques pragmáticos de Davidson, Rorty o Habermas son ejemplos notables de estos…».
Igualmente, las problemáticas en torno a la reconstrucción del sujeto normativo en tales circunstancias, sea en la trayectoria continental de una «mundanización del sentido» o en la analítica de una «naturalización del significado»8, se las tienen que abordar a partir de las formas en que se lo ha constituido al mismo, sea por la vía narrativa (Montaigne, Kierkegaard), la del individualismo posesivo
(Hobbes, Smith, Locke), o la del universalismo de la conciencia moral o ética (Rousseau, Kant, Fichte, von Humboldt), y sobrellevando los descentramientos efectuados sobre las nociones de dignidad,
autodesarrollo, autodeterminación, privacidad y automodelación o cuidado de sí, característicos del siglo XIX desde las sospechas de Marx, Nietzsche y Freud.9 Y podemos afirmar que este escenario no
sólo atañe al sujeto ético de una filosofía práctica, sino también al sujeto ontológico y al epistémico.
Eduardo Álvarez Pedrosian, 2011.
Por la edición: Licenciatura en Ciencias de la Comunicación de la Universidad de la
República: LICCOM-UdelaR, Montevideo (Uruguay), 2011.
Colección Investigaciones en Comunicación – N° 3.
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